
Mirando al mar se acerca, y con el cabello movido por la brisa a lo lejos ve las luces del barco donde bogaría su corazón roto. Málaga a sus espaldas y tanto mundo por recorrer, es su oportunidad, puede irse con él…pero él sabe que no lo va a hacer.
A la luz de la tarde los niños juegan en la arena y a la orilla del mar junto a sus familias sin saber que pertenecen a esa tierra; allí se crió y allí morirá.
Una mano acaricia su hombro; sólo una pregunta resuena en su mente como un grito en las Cuevas de Nerja: “¿Por qué?” y sólo una posible explicación: “Yo soy ella, y ella soy yo”
Sin mirarla sabe que llora y aunque lo haga en silencio las lágrimas resbalan por sus mejillas y enfrían su piel, pero nunca su corazón. Sus vidas se tornan difíciles, han crecido, ya no son niños que juegan en los columpios del parque, que saltan las rocas de las calitas de Pedregalejo o que compran helados en la Calle Larios; no, ya no.
Aquí se separan y no saben si se volverán a encontrar. Caminan desde el Picasso hasta la Malagueta en silencio, viendo a gente correr o patinar, chavales haciendo carreras en bicicleta o bebes en sus carritos paseando con sus padres, personas felices que en sus venas llevan la sangre malagueña, la de la Feria de Agosto, la de la Virgen de la Victoria, la del Cristo de los gitanos, la de la playa y la montaña, en definitiva personas con la vida tranquila y dinámica que existe en Málaga.
Llegan al puerto, él se va, quizá nunca vuelvan a verse, quizá sus corazones los guíen a encontrarse. Saca dos billetes, compró dos, sí, uno para ella y otro para él, aunque en el fondo sabe que nunca llegará a utilizarlo. Se lo entrega con su corazón, y ella, con un billete hacia una vida distinta con su amor en una mano y en la otra el corazón, le ve marchar.
De repente el tiempo comienza a cambiar, todo es distinto, su pelo vuela con la brisa que llega fría del mar, pero que nunca llegó a hacerle daño. Al pasar junto a ella la empujaba para que comenzara a caminar, como si quisiera conducirla a algún lugar, las hojas de los árboles caían y volaban en dirección al mar para posarse en cierto país muy lejos de allí; Málaga le estaba hablando.
Algo rozó su mano. Un niño pequeño de tan solo tres o cuatro años que le hizo sólo una pregunta: “¿Por qué?”
La madre llegó asustada y pidiendo disculpas se llevó a su pequeño, pero al darse la vuelta vio en la mirada de ese niño lo que estaba buscando, la verdadera respuesta: “Yo soy ella, y ella soy yo, y por muy lejos que esté siempre será así” y luego sólo sintió su corazón latiendo con más fuerza y un beso de amor.
Quién sabe hace cuántos años en un periódico malagueño salía un artículo con la foto de los ojos de un niño y una historia de amor, o quizá dos, la del alma y la del corazón.
A la luz de la tarde los niños juegan en la arena y a la orilla del mar junto a sus familias sin saber que pertenecen a esa tierra; allí se crió y allí morirá.
Una mano acaricia su hombro; sólo una pregunta resuena en su mente como un grito en las Cuevas de Nerja: “¿Por qué?” y sólo una posible explicación: “Yo soy ella, y ella soy yo”
Sin mirarla sabe que llora y aunque lo haga en silencio las lágrimas resbalan por sus mejillas y enfrían su piel, pero nunca su corazón. Sus vidas se tornan difíciles, han crecido, ya no son niños que juegan en los columpios del parque, que saltan las rocas de las calitas de Pedregalejo o que compran helados en la Calle Larios; no, ya no.
Aquí se separan y no saben si se volverán a encontrar. Caminan desde el Picasso hasta la Malagueta en silencio, viendo a gente correr o patinar, chavales haciendo carreras en bicicleta o bebes en sus carritos paseando con sus padres, personas felices que en sus venas llevan la sangre malagueña, la de la Feria de Agosto, la de la Virgen de la Victoria, la del Cristo de los gitanos, la de la playa y la montaña, en definitiva personas con la vida tranquila y dinámica que existe en Málaga.
Llegan al puerto, él se va, quizá nunca vuelvan a verse, quizá sus corazones los guíen a encontrarse. Saca dos billetes, compró dos, sí, uno para ella y otro para él, aunque en el fondo sabe que nunca llegará a utilizarlo. Se lo entrega con su corazón, y ella, con un billete hacia una vida distinta con su amor en una mano y en la otra el corazón, le ve marchar.
De repente el tiempo comienza a cambiar, todo es distinto, su pelo vuela con la brisa que llega fría del mar, pero que nunca llegó a hacerle daño. Al pasar junto a ella la empujaba para que comenzara a caminar, como si quisiera conducirla a algún lugar, las hojas de los árboles caían y volaban en dirección al mar para posarse en cierto país muy lejos de allí; Málaga le estaba hablando.
Algo rozó su mano. Un niño pequeño de tan solo tres o cuatro años que le hizo sólo una pregunta: “¿Por qué?”
La madre llegó asustada y pidiendo disculpas se llevó a su pequeño, pero al darse la vuelta vio en la mirada de ese niño lo que estaba buscando, la verdadera respuesta: “Yo soy ella, y ella soy yo, y por muy lejos que esté siempre será así” y luego sólo sintió su corazón latiendo con más fuerza y un beso de amor.
Quién sabe hace cuántos años en un periódico malagueño salía un artículo con la foto de los ojos de un niño y una historia de amor, o quizá dos, la del alma y la del corazón.
Cristina L. Risueño